El uso de los orgánicos en la vida cotidiana se ha caracterizado por su aplicación en dispositivos que anteriormente estaban 100% basados en silicio. Ante el descubrimiento de la cristalización del carbón y su aplicación a la nanotecnología, las empresas aplicaron exitosamente orgánicos a sus productos de consumo.
Las ventajas son inmensas, ya que al estar “vivos”, los dispositivos son capaces de adaptarse a los hábitos o necesidades de sus dueños, pueden autodiagnosticarse y repararse cuando se averían y son capaces de predecir escenarios nocivos para su funcionamiento, gracias a lo cual pueden enviar una señal de alerta al usuario antes de que éste haga algo que pueda estropear al aparato.
Como principal desventaja, está el hecho de que una vez activado el dispositivo por primera vez, la parte orgánica deberá estar siempre alimentada de energía o de lo contrario, 12 horas después de la interrupción, ésta comienza a descomponerse. Como ejemplo de una forma de energía limpia, el uso de los órganicos basados en hidrógeno produce energías renovables ideales, pero no autosustentables, por lo cual se requiere una fuente de energía externa para alimentarlos.
Es por esta razón, que los implantes humanos, por ley, se siguen produciendo de silicio, ya que la inclusión de orgánicos en la configuración del implante, puede tener efectos secundarios como rechazo por parte del tejido original y por supuesto, la descomposición por falta de energía.